viernes, 1 de noviembre de 2013

Lo desoxigenados 4ª parte



- ¡Calma! ¡Cálmate muchacho! Aunque ese no sea tu nombre te pareces mucho a esos que así se llaman entre ellos, así que yo me dirigiré a ti con este nombre, muchacho. – El desoxigenado, como él mismo se hacía llamar, se alejó unos pasos y ya, en una actitud completamente relajada se volvió a sentar en el escalón coralino donde yo lo había encontrado antes de que estallase aquella tremenda tormenta de desorden entre los dos. – Bien, muchacho, ¿con que no tienes nombre?...ya veo, ya… También parece que nunca antes de este momento habías articulado palabra alguna, pero lo que sí está claro es que las conoces. Y si por aquí no te conoce nadie, ni nunca antes habíamos oído hablar de ti quiere decir que has tenido contacto con los de arriba, has aprendido a comprender su lenguaje a base de escucharles hablar. Supongo que esto se lleva en la sangre… nosotros y los que fueron antes de nosotros también fueron enseñados a comunicarse entre sí con esta fórmula, sin embargo no es la más usual por aquí abajo, ya que, en la mayoría de los casos, resulta demasiado ruidosa y los paralogismos que produce crean bastante confusión. Pero en lo referente a mí puedes seguir utilizándola sin ningún reparo, no me parece tan estridente como los viejos desoxigenados se empeñan en hacerla parecer, al contrario, creo que en el fondo me gusta, supongo que porque me recuerda al aspecto que tomaba cuando subía al exterior, mi aspecto… - repitió en un tono melancólico - ¡qué bello era yo…! ¿Y ahora? ¡Mírame! Un harapiento despojo de ideas inútiles, utópicas, y hasta probablemente absurdas. – El desoxigenado bajó la mirada como entristecido tras parecer haberse reconocido en aquellas duras descalificaciones sobre su persona -.

Yo me quedé mirándolo, conmovido por aquel sentimiento de desesperación que había anidado en él. Sentí la necesidad de ayudarle, de arrebatarle aquella dolorosa tristeza, así que me lancé hacia él agarrándolo por los brazos y comencé a zarandearlo, a un lado, al otro, hacia arriba, hacia abajo… Él, desconcertado, se dejaba agitar como si fuese el muñeco de un titiritero. Hasta que recobrando súbitamente la tensión de sus brazos soltó mis manos de éstos en un brusco movimiento.

- ¿Pero qué haces? ¿Te has vuelto loco? ¿Pretendes desarmarme en pedazos?

-  Lo siento, yo sólo pretendía evitar que desaparecieses –dije yo remontando mi memoria hacia el momento en el que, durante mi andadura bajo las aguas, me había invadido aquel sentimiento angustioso al encontrarme completamente perdido ante aquella inmensidad salada. – Sólo intentaba que el remolino de agua no se lo tragase. ¡Muévase! ¡Ya lo verá! – El desoxigenado me miraba con el gesto enrarecido, como si lo que estuviese presenciando fuese la escena más estrafalaria que hubiese visto en su vida, pero mi enfervorizada entrega a mi exposición hacía que hiciese caso omiso al gesto de extrañeza de mi compañero, prosiguiendo como si nada ocurriese: - Cuando soy consciente de que mis brazos y mis piernas forman realmente parte de mí, y de que puedo usarlos a mi antojo, consigo rescatarme a mí mismo de las garras de ese insistente embudo que se empeña en tragarme para cada vez hacerme más diminuto y tasar mi valor en un par de ostras rancias. Luego lo observo, ya sin ser cautivo de sus desconcertantes circunferencias, ¡qué imponente y poderoso fenómeno parece! Mas ahora, su centro de halla vacío, yo podría poner precio entonces a su valor y ya no ejercería ninguna clase de poder sobre mí. ¿No le parece algo verdaderamente curioso? –

La criatura parecía haber abandonado la oscuridad que le había invadido durante unos minutos. Se hallaba hechizada, siguiendo los exagerados motivos que acompañaban a mi enfatizado discurso, escudriñando detenidamente mi esencia a través del juego laberíntico de mis palabras; y, como extenuado tras su vertiginoso escrutinio, cambió la expresión de su rostro ex profeso para comunicarme el desenlace de su cavilosa operación:

- Verdaderamente eres un ser bastante curioso. Un expósito escueto con respecto a la desconcertante solana de la superficie, esculpido por tu mismo resuello, y por lo que estoy percibiendo andas un tanto despistado por los parajes de esta esfera flotante. Yo creo poseer ya suficiente abolengo como para percatarme de estas cosas, y supongo que no iré desatinado en el camino que me lleva a tener la osadía de vaticinar que andas buceando por estos lugares con algún que otro propósito. Sí, ciertamente hoy en día todo el mundo anda buscando algo… Pero lo que me sorprende es que lo vengas buscando por aquí abajo, los demás solemos hacerlo fuera, allá arriba, en la superficie; no podemos desteñir el mar. Aquí abajo no es todo blanco o negro, sino permanentemente incoloro. – Entonces el desoxigenado desterró su aflicción de un suspiro y prosiguió relatando: - Allá arriba suponen tener respuestas para todo lo que les rodea pero nadie es capaz de ofrecernos ni tan siquiera una que nos sirva a nosotros para hallar el motivo de por qué no es igual nuestro mundo subterráneo que el suyo.

Cuando alguno de nosotros asciende al exterior en busca de respuestas éstas acaban diluyéndose en el agua conforme nuestro compañero va adentrándose en la profundidad de éste, nuestro cosmos salino, para hacérnoslas conocer. Y no acaba trayendo más que unas humedecidas manos vacías y un cuerpo miniaturizado, obsoleto y tristemente desamparado.

Allá arriba cuentan con muchas respuestas sobre cómo y por qué ellos y su mundo son como son. Unos hablan de un ser sobrenatural que ordenadamente los repartió a lo largo y ancho de la superficie plana, dotándoles con un libro de instrucciones en el que se dilucidaba su verdad sobre ellos y todas las cosas existentes a su alrededor. Incluso se indicaba cómo habían de hacer para vivir felizmente ateniéndose a su realidad y, para cuando sus vidas se consumieran, se los invitaba a su casa donde, según las palabras plasmadas en el libro, serían felices por toda la eternidad. – Yo me encontraba ya sentado en una relajada postura junto a mi interesante cómplice de charla, pero todos los músculos de mi cuerpo sentían la tirantez que les transmitía mi desenfrenada curiosidad; mi tensión era tal que no me creía capacitado como para asimilar el significado del contenido de todas las palabras que salían del individuo que tenía sentado a mi lado. Lo que éste me estaba contando me parecía algo tan confuso y misterioso que no acertaba a dar con una idea en mi mente que concordara con ese maravilloso ser del que me estaba hablando. Pero aun así seguía prestando toda mi atención a su oratoria, cuando éste ya había adoptado un semblante solemne y a la vez de preocupada consternación al disponerse a proseguirla:

- No puedo expandirme más en este fabuloso hallazgo de un ser creador pues todo lo que fue recopilado por nuestro intrépido mensajero se fundió con el mar y no llegó a nuestro conocimiento. Sin embargo, este hecho no nos importó demasiado en aquel instante. Cuando nuestro camarada nos informó de la respuesta que daban los seres de la superficie al cómo y el porqué de su existencia nosotros creímos entrever también una respuesta al cómo y el porqué de la nuestra. Sólo debíamos de ir en busca de aquel ser grandioso y exponerle nuestra inquietud. ¡Él nos brindará la respuestas que buscamos!, pensamos, pero fuimos presas de un equívoco. Ascendimos a la superficie en busca del descifrador de la realidad, y fuimos preguntando, uno por uno, a todos los seres de la superficie por el paradero de este gran personaje, y nos aconteció algo increíble: nadie sabía dónde moraba aquel ser extraordinario del que nosotros habíamos tenido noticias. Nadie lo había visto jamás, algunos ni siquiera conocían las instrucciones de su libro, ni habían intentado hallarlo, ¿Cómo podía ser cierto aquello? Aquel ser  les había prometido indicarles el camino a la verdad, incluso les prometía acogerles en su casa cuando su percepción del mundo desapareciese; y parecía no importarles en absoluto. Es más, uno de ellos nos dijo que éste moraba en su interior. Nosotros entonces lo despojamos enfervorizadamente de sus ropas, pero allí no estaba. Tan sólo hallamos una gran masa de carne y hueso moldeada esculturalmente, según él, por aquél al que ansiosamente buscábamos. Le consultamos acerca del libro de instrucciones y para nuestra sorpresa nos respondió que a él no le hacía falta dicho libro; que él se comunicaba directamente con el ser omnipotente por medio de algo a lo que llamaban alma. Pero nosotros, deseosos de entablar con aquél, al cual ellos reconocían como su creador, le registramos palmo a palmo, mas tampoco encontramos el menor atisbo de algo que le posibilitase comunicarse con aquel ser con el que afirmaba hacerlo. No hallamos el menor indicio de que realmente tuviera en su poder alguna clase de caracola desconocida para nosotros, la cual pudiese hacer eco de las palabras del ser especial sobre el que indagábamos.

Y con una pesadísima decepción y los síntomas característicos de quién pasa un cierto tiempo en el exterior; nos volvimos a sumergir en las aguas, cargando con la frustración que conllevaba el fracaso de nuestra anhelante expedición en busca del perfume de nuestra realidad.

Aún perdura entre nosotros la desilusión de aquellas respuestas enmarañadas que nos fueron dadas por oxigenados pero, a pesar de todo, algunos se han acogido a ellas dotándoles de otro significado. Éstos reconocen a aquel al cual los oxigenados llaman creador como un inescrutable y espinoso sentimiento de infinito desconcierto que denominan Poseidón. Él es aquel ser creador que aparece en los libros del orbe exterior y que creen hacedor, dueño y señor del océano. Nosotros no lo registramos como tal, sino como el concepto sonoro que abarca la sensación de incertidumbre acerca de la existencia  de este submundo acuático y que perpetuamente sigue abatiendo nuestras entrañas y nuestro ser irresoluto-.

El ser parecía haber concluido su discurso. Bajó la cabeza en un ademán de obligada fatiga interior y dejó caer los brazos que hacía un instante habían bailoteado nerviosos y excitados, gesticulando al son de sus palabras, y guardó el silencio dentro de sí mismo; Así como si se descompusiera en miles de partículas y se fundiera con la calma y la manta de quietud que en lo profundo nos resguardaba de la perturbación de la batahola exterior.

Por un momento los dos fuimos silencio. Permanecimos concentrados, degustándolo, como si no estuviésemos sentados allí el uno junto al otro; como si lo único que existiese fuese el sonido embriagador, en el cual nada se escucha. Aquel que apacigua las emociones y no reconoce la naturaleza que a su alrededor se altera; ni los objetos, que permanecen intactos, callados, perdidos en la lejanía de un lugar extraño, con cuerpo y forma para siempre, pero tímidos, vacíos, esperando ser deseados por los seres tasadores de valores, que parecen infundirles vida cuando los acogen entre sus brazos de fugaz carne perecedera y simulan aspirar su última brizna de aire de un beso dado a aquellas cosas que nunca poseyeron labios para poder ser besadas.
 

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