-
¡Calma! ¡Cálmate muchacho! Aunque ese no sea tu nombre te pareces mucho a esos
que así se llaman entre ellos, así que yo me dirigiré a ti con este nombre,
muchacho. – El desoxigenado, como él mismo se hacía llamar, se alejó unos pasos
y ya, en una actitud completamente relajada se volvió a sentar en el escalón
coralino donde yo lo había encontrado antes de que estallase aquella tremenda
tormenta de desorden entre los dos. – Bien, muchacho, ¿con que no tienes
nombre?...ya veo, ya… También parece que nunca antes de este momento habías
articulado palabra alguna, pero lo que sí está claro es que las conoces. Y si
por aquí no te conoce nadie, ni nunca antes habíamos oído hablar de ti quiere
decir que has tenido contacto con los de arriba, has aprendido a comprender su
lenguaje a base de escucharles hablar. Supongo que esto se lleva en la sangre…
nosotros y los que fueron antes de nosotros también fueron enseñados a
comunicarse entre sí con esta fórmula, sin embargo no es la más usual por aquí
abajo, ya que, en la mayoría de los casos, resulta demasiado ruidosa y los
paralogismos que produce crean bastante confusión. Pero en lo referente a mí
puedes seguir utilizándola sin ningún reparo, no me parece tan estridente como
los viejos desoxigenados se empeñan en hacerla parecer, al contrario, creo que
en el fondo me gusta, supongo que porque me recuerda al aspecto que tomaba
cuando subía al exterior, mi aspecto… - repitió en un tono melancólico - ¡qué
bello era yo…! ¿Y ahora? ¡Mírame! Un harapiento despojo de ideas inútiles,
utópicas, y hasta probablemente absurdas. – El desoxigenado bajó la mirada como
entristecido tras parecer haberse reconocido en aquellas duras
descalificaciones sobre su persona -.
Yo
me quedé mirándolo, conmovido por aquel sentimiento de desesperación que había
anidado en él. Sentí la necesidad de ayudarle, de arrebatarle aquella dolorosa
tristeza, así que me lancé hacia él agarrándolo por los brazos y comencé a
zarandearlo, a un lado, al otro, hacia arriba, hacia abajo… Él, desconcertado,
se dejaba agitar como si fuese el muñeco de un titiritero. Hasta que recobrando
súbitamente la tensión de sus brazos soltó mis manos de éstos en un brusco
movimiento.
-
¿Pero qué haces? ¿Te has vuelto loco? ¿Pretendes desarmarme en pedazos?
- Lo siento, yo sólo pretendía evitar que
desaparecieses –dije yo remontando mi memoria hacia el momento en el que,
durante mi andadura bajo las aguas, me había invadido aquel sentimiento
angustioso al encontrarme completamente perdido ante aquella inmensidad salada.
– Sólo intentaba que el remolino de agua no se lo tragase. ¡Muévase! ¡Ya lo
verá! – El desoxigenado me miraba con el gesto enrarecido, como si lo que
estuviese presenciando fuese la escena más estrafalaria que hubiese visto en su
vida, pero mi enfervorizada entrega a mi exposición hacía que hiciese caso
omiso al gesto de extrañeza de mi compañero, prosiguiendo como si nada
ocurriese: - Cuando soy consciente de que mis brazos y mis piernas forman
realmente parte de mí, y de que puedo usarlos a mi antojo, consigo rescatarme a
mí mismo de las garras de ese insistente embudo que se empeña en tragarme para
cada vez hacerme más diminuto y tasar mi valor en un par de ostras rancias.
Luego lo observo, ya sin ser cautivo de sus desconcertantes circunferencias,
¡qué imponente y poderoso fenómeno parece! Mas ahora, su centro de halla vacío,
yo podría poner precio entonces a su valor y ya no ejercería ninguna clase de poder sobre mí. ¿No le parece algo
verdaderamente curioso? –
La
criatura parecía haber abandonado la oscuridad que le había invadido durante
unos minutos. Se hallaba hechizada, siguiendo los exagerados motivos que acompañaban
a mi enfatizado discurso, escudriñando detenidamente mi esencia a través del
juego laberíntico de mis palabras; y, como extenuado tras su vertiginoso
escrutinio, cambió la expresión de su rostro ex profeso para comunicarme el
desenlace de su cavilosa operación:
-
Verdaderamente eres un ser bastante curioso. Un expósito escueto con respecto a
la desconcertante solana de la superficie, esculpido por tu mismo resuello, y
por lo que estoy percibiendo andas un tanto despistado por los parajes de esta
esfera flotante. Yo creo poseer ya suficiente abolengo como para percatarme de
estas cosas, y supongo que no iré desatinado en el camino que me lleva a tener
la osadía de vaticinar que andas buceando por estos lugares con algún que otro
propósito. Sí, ciertamente hoy en día todo el mundo anda buscando algo… Pero lo
que me sorprende es que lo vengas buscando por aquí abajo, los demás solemos
hacerlo fuera, allá arriba, en la superficie; no podemos desteñir el mar. Aquí
abajo no es todo blanco o negro, sino permanentemente incoloro. – Entonces el
desoxigenado desterró su aflicción de un suspiro y prosiguió relatando: - Allá
arriba suponen tener respuestas para todo lo que les rodea pero nadie es capaz
de ofrecernos ni tan siquiera una que nos sirva a nosotros para hallar el
motivo de por qué no es igual nuestro mundo subterráneo que el suyo.
Cuando
alguno de nosotros asciende al exterior en busca de respuestas éstas acaban
diluyéndose en el agua conforme nuestro compañero va adentrándose en la
profundidad de éste, nuestro cosmos salino, para hacérnoslas conocer. Y no
acaba trayendo más que unas humedecidas manos vacías y un cuerpo miniaturizado,
obsoleto y tristemente desamparado.
Allá
arriba cuentan con muchas respuestas sobre cómo y por qué ellos y su mundo son
como son. Unos hablan de un ser sobrenatural que ordenadamente los repartió a
lo largo y ancho de la superficie plana, dotándoles con un libro de
instrucciones en el que se dilucidaba su verdad sobre ellos y todas las cosas
existentes a su alrededor. Incluso se indicaba cómo habían de hacer para vivir
felizmente ateniéndose a su realidad y, para cuando sus vidas se consumieran,
se los invitaba a su casa donde, según las
palabras plasmadas en el libro, serían felices por toda la eternidad. –
Yo me encontraba ya sentado en una relajada postura junto a mi interesante
cómplice de charla, pero todos los músculos de mi cuerpo sentían la tirantez
que les transmitía mi desenfrenada curiosidad; mi tensión era tal que no me
creía capacitado como para asimilar el significado del contenido de todas las
palabras que salían del individuo que tenía sentado a mi lado. Lo que éste me
estaba contando me parecía algo tan confuso y misterioso que no acertaba a dar
con una idea en mi mente que concordara con ese maravilloso ser del que me
estaba hablando. Pero aun así seguía prestando toda mi atención a su oratoria,
cuando éste ya había adoptado un semblante solemne y a la vez de preocupada
consternación al disponerse a proseguirla:
-
No puedo expandirme más en este fabuloso hallazgo de un ser creador pues todo
lo que fue recopilado por nuestro intrépido mensajero se fundió con el mar y no
llegó a nuestro conocimiento. Sin embargo, este hecho no nos importó demasiado
en aquel instante. Cuando nuestro camarada nos informó de la respuesta que
daban los seres de la superficie al cómo y el porqué de su existencia nosotros
creímos entrever también una respuesta al cómo y el porqué de la nuestra. Sólo debíamos
de ir en busca de aquel ser grandioso y exponerle nuestra inquietud. ¡Él nos
brindará la respuestas que buscamos!, pensamos, pero fuimos presas de un
equívoco. Ascendimos a la superficie en busca del descifrador de la realidad, y
fuimos preguntando, uno por uno, a todos los seres de la superficie por el
paradero de este gran personaje, y nos aconteció algo increíble: nadie sabía
dónde moraba aquel ser extraordinario del que nosotros habíamos tenido
noticias. Nadie lo había visto jamás, algunos ni siquiera conocían las
instrucciones de su libro, ni habían intentado hallarlo, ¿Cómo podía ser cierto
aquello? Aquel ser les había prometido
indicarles el camino a la verdad, incluso les prometía acogerles en su casa
cuando su percepción del mundo desapareciese; y parecía no importarles en
absoluto. Es más, uno de ellos nos dijo que éste moraba en su interior.
Nosotros entonces lo despojamos enfervorizadamente de sus ropas, pero allí no
estaba. Tan sólo hallamos una gran masa de carne y hueso moldeada
esculturalmente, según él, por aquél al que ansiosamente buscábamos. Le consultamos
acerca del libro de instrucciones y para nuestra sorpresa nos respondió que a
él no le hacía falta dicho libro; que él se comunicaba directamente con el ser
omnipotente por medio de algo a lo que llamaban alma. Pero nosotros, deseosos
de entablar con aquél, al cual ellos reconocían como su creador, le registramos
palmo a palmo, mas tampoco encontramos el menor atisbo de algo que le
posibilitase comunicarse con aquel ser con el que afirmaba hacerlo. No hallamos
el menor indicio de que realmente tuviera en su poder alguna clase de caracola
desconocida para nosotros, la cual pudiese hacer eco de las palabras del ser
especial sobre el que indagábamos.
Y
con una pesadísima decepción y los síntomas característicos de quién pasa un
cierto tiempo en el exterior; nos volvimos a sumergir en las aguas, cargando
con la frustración que conllevaba el fracaso de nuestra anhelante expedición en
busca del perfume de nuestra realidad.
Aún
perdura entre nosotros la desilusión de aquellas respuestas enmarañadas que nos
fueron dadas por oxigenados pero, a pesar de todo, algunos se han acogido a
ellas dotándoles de otro significado. Éstos reconocen a aquel al cual los
oxigenados llaman creador como un inescrutable y espinoso sentimiento de
infinito desconcierto que denominan Poseidón. Él es aquel ser creador que
aparece en los libros del orbe exterior y que creen hacedor, dueño y señor del
océano. Nosotros no lo registramos como tal, sino como el concepto sonoro que
abarca la sensación de incertidumbre acerca de la existencia de este submundo acuático y que perpetuamente
sigue abatiendo nuestras entrañas y nuestro ser irresoluto-.
El
ser parecía haber concluido su discurso. Bajó la cabeza en un ademán de
obligada fatiga interior y dejó caer los brazos que hacía un instante habían
bailoteado nerviosos y excitados, gesticulando al son de sus palabras, y guardó
el silencio dentro de sí mismo; Así como si se descompusiera en miles de
partículas y se fundiera con la calma y la manta de quietud que en lo profundo
nos resguardaba de la perturbación de la batahola exterior.
Por
un momento los dos fuimos silencio. Permanecimos concentrados, degustándolo,
como si no estuviésemos sentados allí el uno junto al otro; como si lo único
que existiese fuese el sonido embriagador, en el cual nada se escucha. Aquel
que apacigua las emociones y no reconoce la naturaleza que a su alrededor se
altera; ni los objetos, que permanecen intactos, callados, perdidos en la
lejanía de un lugar extraño, con cuerpo y forma para siempre, pero tímidos,
vacíos, esperando ser deseados por los seres tasadores de valores, que parecen
infundirles vida cuando los acogen entre sus brazos de fugaz carne perecedera y
simulan aspirar su última brizna de aire de un beso dado a aquellas cosas que
nunca poseyeron labios para poder ser besadas.
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