domingo, 22 de septiembre de 2013

Los desoxigenados

Cuanto más te adentras en su mundo con mayor pesar vas descubriendo tu fragilidad e indiferencia ante las banalidades ciegas y efímeras que reinan en él.

Acabas por adherirte a sus necesidades, creyéndolas tuyas también. Te fijas metas que en verdad no deseas. Acabas emergiendo de la profundidad, para intentar hallarte en la superficie. Y te planteas la posibilidad de vivir allá arriba, donde sabes que el sol luce sobre tus cabellos pero no sientes su calor, no puedes verlo, sus rayos abrasadores te queman la piel y descorchan la botella del dolor brindando con copas vacías; allá donde los ojos ven siempre el mismo retrato sólo que en distintas tonalidades. Cuando recuerdas ese lugar, que atrae a tu naturaleza más sensible, te dices a ti mismo, ¡parece tan fácil…! Mas, una vez allí te das cuenta de que no lo es. Nadas a tientas, aún dando los primeros chapoteos en aquellas aguas extrañas. Los brazos te hierven, y a cada intento de avanzar eres más consciente de que sigues en el mismo sitio. No encuentras movimiento, la espuma está quieta, como si se hubiese congelado en tus pupilas, como una simple imagen callada y estática; y entonces sientes una belleza melancólica. Recuerdas, allí, en lo hondo, todo se movía, de repente los corales se abrían como rosas, y creías henchírsete el alma, aquella luz penetraba en tu interior y te hacía partícipe de su súbito aliento. El agua te acogía, cálida, cuando el sol despertaba a la mañana. Yo no, yo no quiero seguir nadando a tientas. Nunca podré aprender a sostener mi cuerpo plomizo en esta superficie, me cuesta tanto mover los brazos… Me dejaré caer al fondo, melodiosamente abrigado por el silencioso silbido mi ser, escurriéndose hacia lo profundo, donde encuentro mi paz, mi silencio, donde me encuentro a mí mismo.
He hecho la prueba, he subido hasta el exterior, y ahora tengo la extraña y asfixiante sensación de que un embudo me está absorbiendo, de que se está tragando hasta la última brizna de aire que queda en mi interior, que va aspirando mi pensamiento hasta hacerlo quedar en los huesos, sintiéndome, frente al mundo, el más vulnerable e insignificante de los seres.

Vuelvo al fondo, y ocupo mi tiempo en deshebrar las agujas que me han sido clavadas sin compasión ni escrúpulos, cosiendo mi alma a punzadas intempestivas, crudas y concisas al azar, cohibiendo mi razón de ser. Pero de pronto me viene a la memoria el recuerdo de aquellos seres del exterior, y sin querer esbozo una sonrisa, de la que comienzan a brotar pequeñas burbujillas emigrantes, surgidas a partir del aire que había aspirado en la superficie. Raudas y veloces van abriéndose camino entre las aguas, ascendiendo hasta llegar a su lugar de origen; ellos las ven llegar, surgen del ajetreo de las olas, y les dan la bienvenida  a voz en grito. Los más pequeños corren hacia ellas entusiasmados mas, cuando alargan sus cortas extremidades para intentar atraparlas, éstas se desvanecen como en un suspiro de milésimas de segundo. Entonces los pequeños se sienten desolados, se preguntan dónde pueden haber ido aquellas estrellas de aire que danzaban armoniosas en el espacio. ¿Quién se las había llevado?; ¿Acaso se habían portado mal? ¿Habían sido ellos los responsables de su desaparición? Incapaces de dar respuesta a sus preguntas se abrazaban los unos a los otros para darse de nuevo calor y sentirse reconfortados. Y tras este emotivo ritual volvían otra vez a saltar sobre las aguas y a gritar, a cual más alto.

Cuántas veces he deseado que alguno de ellos se resbalase sobre su suelo mojado y llegase a parar aquí abajo para hacerme compañía, y que escuchase con sus oídos el silencio que aquí todo lo envuelve, y que viese con sus ojos lo que rodeados de agua se ve. Pero por más que espero, ninguno cae hasta este submundo acuático. Esto hace que sobre mi cabeza planee una pregunta, ¿cómo he llegado yo aquí?; ¿Por qué yo estoy aquí abajo y ellos allá arriba? Puede que en algún momento, al principio de mi existencia, cuando los demás no miraban, sintiera curiosidad por descubrir qué había tras aquel velo líquido de agua, y mientras creía que los demás me acompañaban me precipité sigilosa y pausadamente hacia el fondo de mi pensamiento, donde encontré aquellos corales abiertos en flor y aquellos movimientos acompasados que me sostienen como bailando en el espacio. ¿Por qué ellos no están aquí conmigo? No lo sé, quizás se encuentren en la profundidad de otro mar, a miles de kilómetros de mí, y yo sólo vea las formas que de ellos emergen a la superficie y se dejan ver. Quizás esas voces inteligibles que se cuelan en mi espíritu vengan de mares lejanos para darles alma a las siluetas que yo observo en la superficie.


He decidido emprender un viaje, armado con la esperanza de toparme con otro ser de mi misma índole, flotaré a ras de este mundo abismal para intentar hallar a otro ser que more aquí, en lo profundo. Y de este modo, alcanzar la posibilidad de poder descifrarme en sus respuestas.

Continuará...
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