martes, 29 de octubre de 2013

Los desoxigenados: 3ª parte



Al despertar mis ojos se desbordaron de un sobresalto. ¿Quién era? ¿Qué hacía allí? ¿Por qué estaba tan cerca de mí? Frente a mi vista soñolienta se encontraban unos enormes ojos escrutadores que me examinaban asombrados. Yo, de un atemorizador suspiro, me incorporé y me encaramé sobre una de las rocas que protegían mi descanso con un tremendo escalofrío en el corazón y presa de un pánico sobrecogedor. Aquel ser extraño me miraba atónito con sus omnipotentes ojos clavados en mí, como habiendo tragado mi miedo, y perplejo ante la contemplación de mi expresión de aterrada confusión. Repentinamente se llevó las manos a la cabeza y echó a correr por encima de la arena levantando una gran niebla polvorienta a su paso. Yo, acto seguido, salté súbitamente de la roca a la que me había encaramado y me lancé tras él, en una nebulosa persecución sobre la arena batiéndome a empujones contra las aguas que ejercían de barrera a mi carrera. Cuando presentí  que llevaba ya mucho tiempo corriendo sin ni siquiera saber hacia dónde se había dirigido aquel ser cesé mi persecución y me detuve, todavía cegado por el ambiente arenoso que teñía las aguas. Conforme la arena se iba hundiendo hasta juntarse con el suelo mis ojos iban reconociendo las formas que se alzaban frente a ellos. Poco a poco iban divisando las retorcidas figuras que surgían de la planicie, figuras trazadas para ser admiradas desde todos los ángulos, con una imponente simetría, su nitidez y su blanca transparencia hacía que las aguas se miraran en sus paredes de coral, que eran como relucientes espejos en los cuales no se podría reflejar sino la belleza, ignorando todo lo que no respondiese a ésta y tornándolo bello y de una conmovedora pureza. La sinfonía del ocre de la arena, el verde primoroso de las algas que bailoteaban movidas por el compás que marcaban las aguas, y la variedad de reflejos que aparecían y desaparecían en aquellos espejos de coral, colmaban los ojos de destellos vítreos y aplacaban la más profunda ansiedad de belleza que puede abatir a un alma. La altura, el volumen, la multiplicidad de ángulos, de lados, de formas… Algunas figuras se alzaban en forma de espiral, otras dibujaban esculturales siluetas de líneas redondeadas, cuerpos esbeltos, gruesos bloques geométricos dispuestos en una envolvente armonía visual que parecía cobrar vida y respirar a través de su resplandor. Cautivado por la absorbente música que despedía aquella orquesta de formas y colores no presté atención a aquellos ojos azules que se fundían con las aguas y me observaban con atención desde un escalón coralino situado a apenas veinte pasos de mí. Ahora lo veía de otra manera, no parecía la misma criatura que instantes antes me había hecho estremecer y huir espantado. Allí sentado, en una actitud relajada y meramente contemplativa, daba la impresión de formar parte de aquel paisaje, ya que éste irradiaba aquella misma actitud. Decididamente el desconocido se levantó de un brinco y se colocó frente a mí, ocultando a mi vista el maravilloso cuadro de formas y colores, y ofreciéndome la visión de un ser de desproporcionados ojos saltones, una chatuda nariz y unas enormes orejas alargadas.

- ¿De dónde has salido? Nunca antes había visto una criatura con orejas tan diminutas como las tuyas, y menos aún con unas reacciones tan absurdamente dantescas – el ser se acercó más a mí y me escudriñó con su olfato, como queriendo sonsacarle al olor que mi cuerpo despedía mi identidad. Finalmente dio un paso atrás y mirándome fijamente a los ojos preguntó: - ¿Quién eres tú?

Mi cuerpo se encontraba como petrificado, aquella visión de un ser queriendo encontrar algún significado en mí me produjo tal nerviosismo que, mientras que en mi cabeza las palabras se peleaban unas con otras para salir al exterior sin saber en qué orden ponerse, mi cuerpo yacía inmóvil frente a aquella criatura que podía ser la que había estado intentando encontrar desde que inicié mi sufrido viaje en busca de algunas respuestas.

- ¿No tienes nombre o es que no quieres decírmelo? De repente el ser se volvió hacia mí irritado, en un estado entre la indignación y la rabia, haciendo violentos aspavientos con las manos y como empujando desde el interior de su cabeza a sus ojos para que se le salieran aún más de sus órbitas, en el espeluznante caso de que esto pudiese llegar a ser posible.

- ¡Oh, no! ¡No puedo creer que haya ocurrido! Mira que se lo advertí a los otros: No subáis a la superficie, es peligroso, ¿y si un día, os abrasara el sol? O lo que es peor, ¿y si uno de ellos, de los que viven allá arriba tropezase a raíz de vuestras apariciones y llegase a parar aquí abajo, ¡ciego, sordo, mudo! Así se quedaría. En el supuesto caso de que no se rompiese la crisma al caer… y entonces… - el ser se arrojó al suelo en un gesto de abatimiento, y exhausto tras aquel excitado discurso. Parecía haberse desinflado, había expulsado todo el aire que le quedaba de una sola y agitado bocanada, y ahora, consternado, permanecía inmóvil, con todo su cuerpo pegado al suelo y la cara hundida en la arena. - ¿Y entonces? – pregunté yo con el ánimo de hacerlo revivir.

Arrebatadamente la criatura volvió a hincharse de un salto y me sonrió mirándome de soslayo, a lo que le siguió una violenta carcajada esperpéntica. Su cuerpo comenzó a moverse compulsivamente y empezó a dar grandes saltos, bailando de un lado para otro completamente descontrolado como un poseso. Luego se arrodilló frente a mí y en una deplorable actitud de súplica me habló emocionado: - ¡Gracias a Poseidón! Yo no podía creerlo, no, no podía ser cierto… ¡Gracias, gracias, cualesquiera que sean tus nombres! ¡Gracias al todopoderoso Tritón! – Yo estaba perplejo, sobrecogido ante aquella conmocionante escena. La criatura todavía se encontraba postrada frente a mí, con la cabeza gacha y sosteniendo sus huesudas manos en un acto de desmesurado fervor. Entonces unos desconocidos sonidos cobraron intensidad en mi memoria, y en un intento por hacer vibrar mi garganta repetí: - ¿Y entonces? – Nunca antes había escuchado aquel aire vibrante salir de mis labios, yo los movía y aquel sonido provenía de algún recóndito lugar de mi garganta, ¡era fantástico!, repetí las mismas palabras, una, dos, tres veces, cada vez iban adquiriendo más fuerza, sonaban con más rotundidad. Y en el momento en el que mi ego había alcanzado su máximo apogeo noté la estupefacta mirada de aquel ser que me observaba con sus pasmados ojos saltones incrustados en mi exclamativo rostro exaltado, desde medio metro más abajo de éste. Yo, volviendo de repente de mi sorprendente descubrimiento di un paso hacia atrás extrañado por la expresión de la anonadada criatura. Sus ojos boquiabiertos encerraban a los míos un desconocido conocimiento y un absoluto desconcierto sobre todo lo que se refería a mi actuación dialéctica de hacía tan sólo unos segundos.

El ser se incorporó, irguiéndose y adoptando la posición de un ánfora, haciendo crecer su cuello unos escasos centímetros y apoyando sus manos en los huesos sobresalientes de sus caderas.

- No pareces uno de nosotros, tu cuerpo parece mucho más mullido que el nuestro y tus ojos más claros y escondidos que los de la mayoría de por aquí. ¿A qué has venido? ¿Qué andas buscando? ¡Gracias a Poseidón! Por un momento había pensado que eras… En fin, ya me he dado cuenta de que no eres uno de los oxigenados, entonces ¿qué eres? Y esta vez te agradecería que no repitieses las mismas palabras de tu contestación una y otra vez. Los desoxigenados como yo tenemos una gran percepción auditiva, como puedes apreciar por mis orejas, aunque me temo que las tuyas dejan mucho que desear…

- Yo soy…- Mi respuesta se detuvo. Yo era un… ¿qué era yo? De pronto comencé a exasperarme en un sentimiento frustrado por encontrar el nombre apropiado que diese significado a mi entidad. No daba crédito a mi confusión. Empecé a titubear nerviosamente, intentando hallar una sílaba que me diese pie para pronunciar el término al que yo, supuestamente pertenecía: - So…soy…un…ti, ti…un…pe, pe - ¿Qué estaba ocurriendo en mi garganta? Yo era algo, pero ¿qué?; ¿Por qué no surgía aquella palabra como lo habían hecho todas las demás? Absorto en mi angustiosa cavilación las palabras del ser que permanecía atento y vigilante a mi expresión de confusión penetraron en mí apaciguando mis dudas, aún indeterminadas.

lunes, 7 de octubre de 2013

Los desoxigenados: 2ª parte


Buceé a lo ancho de las aguas, observándolo todo a mi paso; y progresivamente iba cortando aquel líquido sazonado con mis brazos, mientras éste me acariciaba, y con leves incitaciones me hacía avanzar patinando como sobre un soplo de aire. Cuando el sol yacía allá arriba, en el exterior, las aguas se volvían negruzcas, y desaparecían; aunque todavía me rozaban mimosas, como reconociendo mis caricias y respondiéndolas con gestos zalameros. Entonces yo me agazapaba dejándome cubrir por ellas, y mi sueño se dejaba llevar por la inconsciencia de mí mismo. Me conducía  a la superficie,  donde me zambullía hacia el interior de las hondas omnipotentes del mar, y luego me hacia subir triunfalmente alzado por ellas, como victorioso tras la batalla librada.

Cuando reanudaba la marcha y comenzaba de nuevo a nadar, se me hacían tan familiares aquellos millares de gotas de agua que se adentraba en mí la inquietante impresión de conocerlas una a una; mas no podían ser las mismas que había dejado atrás, o quizás sí, quizás eran siempre aquellas mismas gotas transparentes las que me habían acompañado durante todo el camino que ya había recorrido. Puede que conforme yo iba avanzando ellas me fueran siguiendo fielmente, dejando atrás un pasado vacío que sólo yo recordaría, y que nunca más volvería a recorrer.

En ocasiones, cuando hacía un alto en el camino, intentaba escrutar aquella inmensidad acuosa. Me preguntaba a mí mismo cual era el camino que había de seguir, pero en aquella hondonada no existían caminos, ni senderos que se abriesen entre los cuerpos coralinos, que descansaban como adormecidos por el acunar de las aguas, sólo espacio, espacio que se adueñaba de la imperceptible lejanía creando un mundo desorientador, por el que podías desplazarte en todos los sentidos, sin llegar a saber en qué dirección lo hacías. Llegado a este punto de mi viaje, me conmovió un sentimiento desmoralizador, el silencio se me hizo tan penetrante que mis tímpanos retemblaron de dolor, cual desorbitada música fúnebre que tronaba ensordecedora, desde lo más profundo de mi ser. Una desproporcionada angustia se encarnó en mí. Miraba compulsivamente hacia uno y otro lado, intentando encontrar una vía acotada, una senda delimitada para poder fijar por ella mi andadura. Mas, la indeterminación de aquel espacio me cerraba las puertas sobre las cuales yo podía elegir guiar mis pasos en una u otra dirección.

Me quedé allí parado, y seguidamente me enfrenté a la indignante intuición de haber desaparecido, mi yo era ahora preso de aquel sentimiento de angustia que se había superpuesto sobre mi persona. Pensé que la mejor manera de librarme de aquel encantamiento era comenzar a nadar, no importaba la dirección en la que lo hiciera. Debía volver a reconocerme para identificarme conmigo mismo, no con el estado de pequeñez y desasosiego que había producido en mí la inseguridad de no encontrar un camino predestinado para mi andadura en aquel misterioso lugar. Entonces reconocí mis brazos, se movían conforme les informaba de mis propósitos, y mis pies, al unísono aleteaban cada vez más vigorosamente haciéndome avanzar y renovando mis esperanzas por conseguir las respuestas que ansiaba conocer sobre mí mismo y todo lo que me rodeaba.

Realmente el camino recorrido ya era muy amplio, y mi cuerpo, cansado, se desesperaba. En cambio, mi mente, a la vez que crecía la amplitud del trayecto dejado atrás, iba despertando relucientes expectativas sobre lo que habría de encontrar al final de mi marcha. Miles de floridas ilusiones abrían sus pétalos en un campo infinitamente poblado de éstas, y el sol, glorioso, despedía fulgentes rayos de luz haciéndolas brillar una por una con una descomunal intensidad. Ellas le contestaban radiantes, abriendo sus pétalos extasiadas, hasta ya no poder desplegarse más. Pero la sensación de abatimiento, de pesadez que mi cuerpo soportaba era tal que los pétalos iban cayendo al suelo, mi mente era incapaz de sostenerlos y entonces las flores se encontraban desnudas, a la intemperie de aquel viento que cada vez las agitaba con más fuerza, desafiante, manifestando ahora su poder destructor sobre ellas, que no podían hacer otra cosa sino mantenerse quietas y expectantes ante la amenaza que se ceñía sobre sus delicados cuerpecillos.

El agua se volvió una carga demasiada pesada para mi pequeña estructura. Así que, antes de que mi aliento me desanimara, decidí detenerme y descansar. Encajé mi cuerpo entre dos grandes rocas marinas que sostenía la arena, por miedo a que la marea me arrastrase y me pasease a su antojo sin haber consultado antes con mi razón; cerré los ojos y abandoné mi cuerpo, librándolo, por el momento, de aquella amenazante carga en la que se había convertido mi agotadora búsqueda por el fondo del océano.
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