jueves, 31 de marzo de 2011

Frío

Cada vez que observaba tras los cristales los fríos movimientos de las personas al caminar, esos abrazos que se brindaban las unas a las otras obstruidas por la existencia de unos cuerpos que ejercían de barrera entre las dos, unos cuerpos que estorbaban, por los cuales no podían traspasar el umbral de la soledad que cada uno llevaba en su interior. Calibraba aquellos muros de sonrisas perceptibles que compartían dos y que jamás se convertirían en una sola. Cada persona estaba tan lejos de la otra, vivía en otro mundo, un universo paralelo al del otro que nunca llegaría a juntarse, que tendería hacia el infinito, hacia más allá de donde la materia se puede sentir, hacia más allá de donde un abrazo puede llegar.
Los cristales eran de hielo, la sensación de helor apresaba su ser, detenía su pensamiento, congelaba sus entrañas. Alguna vez deseó salir al exterior, transgredir su propia naturaleza, intentar sentir un abrazo más allá de su cuerpo, una caricia que llegara más hondo que su piel, pero notaba la distancia que le separaba de los individuos que deambulaban tras el cristal, los sentía fríos y lejanos. Parecía como si unos y otros se hubiesen mostrado sus mundos, como si, aun no pudiéndose rozar más allá de la piel hubiesen visitado alguna vez el universo paralelo del otro, como si en ese universo todo se pudiera palpar, como si ese universo fuera fácil de visitar, como si se rigiese por unas extrañas normas escritas con hielo sobre la tierra, las cuales todos pueden sentir menos él. Los sentía tan lejanos...
La soledad nunca fue su amiga, ni tan siquiera ella podía acercarse a él, ella sólo moraba allí donde eran capaces de sentirla, de odiarla y de añorarla. Él había fundido el hielo que se adentraba en él proveniente de esas reglas y de esas máscaras sentidas, había apagado el fuego que le aportaba calor a sus entrañas, sólo el hastío, la desesperanza y el dolor hacían morada en su interior. Éstos lloraban de amargura sin lágrimas a las que poder recurrir, ni voces a las que poder oír. Su única escapatoria sería la locura, perder la mente por completo, no ser consciente del tiempo ni de sí mismo, llorar, por fin, a voz en grito en un llanto olvidado.
Deseaba salir al asfalto, comunicarse sin palabras, puesto que se veía incapaz de hacerlo mediante su propia voz; poder conectar su mente a otro ser humano, conseguir que le sintiera. Mas, se veía condenado al fracaso una y otra vez. Deseaba ya como quien tiene la batalla vencida y desea en sueños, aspiraba a poder compartir su universo, mostrarlo con sus miles de estrellas brillando a plena luz, conseguir ver el reflejo de sus destellos en los ojos de los demás, percibir una alegría sentida, unos ojos profundos...


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