Las luchas entre las tierras del norte y las tierras del sur han comenzado. Hace ya tiempo que se veía venir una sangrienta y desgarradora lucha a pecho descubierto entre los dos reinos colindantes, separados ambos por una delgada línea de discontinuas oscilaciones que hacía imprecisa la determinación de una u otra frontera. Ambos reinos, gobernados a la par por el mismo rey poseían intereses en las tierras vecinas, así, cada vez que un caballo transfería la frontera del sur algo se desestabilizaba en las tierras del norte. El jinete que montaba aquel corcel se volvía entonces misterioso y oscuro, y todo el reino del norte se acongojaba ante su presencia, el miedo hacía que hirvieran las puertas de las casas y la tupida polvareda que iba levantando el jinete a su paso sembraba las calles de miedo y confusión, ya nada se veía más que desconcierto y desasosiego en el reino del norte mas, cuando era el reino del sur el que era presa del pánico solía ser por la misma razón, un jinete del norte había entrado en sus tierras y perturbado su tímido equilibrio.
Así pues, frente a aquel reino dividido de confusión el rey un día decidió revisar la frontera y se encontró con una delgada línea negra dibujada a ras de tierra – Bien - pensó – sólo hemos de levantar un muro entre los dos reinos y de esta forma la frontera estará bien definida, así ningún jinete del reino vecino cruzara a su antojo de una a otra tierra.- Dicho esto se agachó, inclinó sus rodillas y con una tiza negra en la mano se dispuso a delinear la frontera, pero de repente la línea negra que dividía a su aturdido pueblo comenzó a moverse dando azotes a uno y otro lado, se contorneaba como un frenético látigo irritado lanzando chasquidos a diestro y siniestro. El rey, despavorido dio un salto hacia atrás y en aquel momento el tremendo látigo que había revivido ante la pretensión del soberano de definirlo calmó sus arrebatos y volvió a fundirse con la arena. Entonces todo el reino, el del norte y el del sur cayeron en desgracia, los jinetes del sur traspasaban a su capricho la frontera, al igual que hacían los del norte. Todo el reino se sumió en un inmenso caos de desconcierto, se convirtió en un laberinto de oscuridad repleto de niebla y desorden. Las guerras se sucedieron una tras otra en las tierras del rey, y el inconsolable rey se refugió en su palacio aturdido y angustiado por la desventura de su reino que, por su causa, había desenvainado las espadas y se había adentrado en la oscuridad de la batalla derramando dolor por todos los confines de la tierra.
Mas sucedió que un día, mientras intentaba conciliar el sueño un sonido le alarmó, el tintineo de unas llaves llegó a sus oídos y se levantó presuroso para averiguar cual era su procedencia. Desmesurada fue su sorpresa cuando vio al final del pasillo, en su gran espejo, reflejada su persona, aunque aquella era muy diferente a cómo él se veía. Aquella imagen se mostraba alzada en su trono de oro, arrogante y presuntuosa, altiva y tan segura de sí que parecía estar tintineando las llaves de su propia preponderancia, como un secreto reservado a su única magnificencia. Entonces, el rey, temeroso, se acercó unos pasos al espejo y se colocó frente a él - ¿Quién eres? ¿A qué has venido?- clamó el rey con voz impenetrable. – ¿No me reconoces? – Replicó el reflejo con gesto burlón – Tú me mandaste llamar- El rey, consternado, absorbió una gran bocanada de aire agrandando su presencia, y volvió a preguntar: - ¿Quién osa no postrarse ante mi presencia? ¿Acaso te burlas del rey? Y en aquel momento el reflejo se desvaneció, el rey miró a uno y otro lado pero no halló a la silueta que minutos antes estaba frente a él en el espejo. Desanimado y confundido tras aquel increíble suceso, bajó la cabeza y se dispuso a dirigirse de nuevo a sus aposentos, pero ocurrió que en cuanto la espalda le fue dada al espejo volvió a sonar el tintineo de aquellas llaves que portaba la extraña silueta que se había mostrado ante él anteriormente. Entonces el rey dio media vuelta de nuevo y se halló de nuevo frente al reflejo que le sonreía maliciosamente, el rey, extenuado y falto de fuerzas por las penas que le aquejaban lo miró con gesto suplicante a lo que el reflejo contestó con una esperpéntica carcajada que se oyó retumbar por todos los inmensos pasillos del palacio: - ¿No sabes quién soy yo? – Repuso el espejo – Yo soy tu imagen, aquella separada por una fina frontera de tiza negra tan temblorosa e imprecisa como aquella que separa tu persona de aquella que quieres reflejar. ¿Acaso esperabas que esa persona del norte se fundiera en una sola línea con aquella que mora en el sur, aquella que guarda mi presencia y que me defiende frente a la debilidad del norte? ¿O más bien pretendiste separarte de mí, de aquello que te hace poder alzar la cabeza como un rey? ¿Creíste por un momento poder vivir sin imagen? ¿Sin nombre? ¿Sin los demás? Pues has de saber que estoy aquí, que la frontera que separa tu reflejo de tu más profundo recoveco ha de ser discontinua y ha de andar en zigzag, de ahí tu libertad, pero también has de saber que luchar por vivir en ti mismo, sin una mísera imagen para los demás no forma parte del esplendor y la garantía de un rey, en caso contrario tu reino se ceñirá en tinieblas, vendrán tempestuosas luchas y derramarás dolor. Ese será el precio que habrás de pagar por intentar abastecer tu reino por ti mismo y apartarte de los ojos de los demás en los que te reflejas, te disguste lo que ves o no porque sin ellos te sentirás tan perdido como lo está ahora tu pueblo, sin unos ojos en los que reflejarse, sin mirar más que el filo de la espada y un lugar en el que guarecerse hasta encontrarse en los ojos de sus enemigos, que no son más que ellos mismos.- Finalizado su discurso el espejo comenzó a desvanecerse y una imagen empezó a divisarse en el espejo. El rey, que permanecía atónito a la vez que conmovido por las palabras de aquella enigmática aparición, iba descubriendo cómo la niebla que había dejado tras de sí la silueta de aquel hombre que ahora desfallecía en el espejo, dejaba poco a poco entrever unos ojos cansados, una mirada triste y un cuerpo obsoleto, consumido por la soledad de unos enormes muros de piedra helada. Ese hombre, aquel que se encontraba en una tremenda soledad y en lucha consigo mismo por conservar su corona, su estandarte, su soberbia frente a los ojos ajenos, había emprendido una dura lucha con su soledad, la cual se negaba a dejar traspasar por nadie y la que al unísono le estaba haciendo cenizas. Aquel hombre se miró entonces detenidamente en el espejo y observó que tan poca riqueza podía ver en los ojos de su reflejo que habría de ir a buscar unos ojos que le mirasen con más dulzura, con más vida, unos ojos que le aportasen algo que no tenía, la mirada, el reino de otro ser.
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