Al
despertar mis ojos se desbordaron de un sobresalto. ¿Quién era? ¿Qué hacía
allí? ¿Por qué estaba tan cerca de mí? Frente a mi vista soñolienta se
encontraban unos enormes ojos escrutadores que me examinaban asombrados. Yo, de
un atemorizador suspiro, me incorporé y me encaramé sobre una de las rocas que
protegían mi descanso con un tremendo escalofrío en el corazón y presa de un
pánico sobrecogedor. Aquel ser extraño me miraba atónito con sus omnipotentes
ojos clavados en mí, como habiendo tragado mi miedo, y perplejo ante la
contemplación de mi expresión de aterrada confusión. Repentinamente se llevó
las manos a la cabeza y echó a correr por encima de la arena levantando una
gran niebla polvorienta a su paso. Yo, acto seguido, salté súbitamente de la
roca a la que me había encaramado y me lancé tras él, en una nebulosa
persecución sobre la arena batiéndome a empujones contra las aguas que ejercían
de barrera a mi carrera. Cuando presentí
que llevaba ya mucho tiempo corriendo sin ni siquiera saber hacia dónde
se había dirigido aquel ser cesé mi persecución y me detuve, todavía cegado por
el ambiente arenoso que teñía las aguas. Conforme la arena se iba hundiendo
hasta juntarse con el suelo mis ojos iban reconociendo las formas que se
alzaban frente a ellos. Poco a poco iban divisando las retorcidas figuras que
surgían de la planicie, figuras trazadas para ser admiradas desde todos los
ángulos, con una imponente simetría, su nitidez y su blanca transparencia hacía
que las aguas se miraran en sus paredes de coral, que eran como relucientes
espejos en los cuales no se podría reflejar sino la belleza, ignorando todo lo
que no respondiese a ésta y tornándolo bello y de una conmovedora pureza. La
sinfonía del ocre de la arena, el verde primoroso de las algas que bailoteaban
movidas por el compás que marcaban las aguas, y la variedad de reflejos que
aparecían y desaparecían en aquellos espejos de coral, colmaban los ojos de
destellos vítreos y aplacaban la más profunda ansiedad de belleza que puede
abatir a un alma. La altura, el volumen, la multiplicidad de ángulos, de lados,
de formas… Algunas figuras se alzaban en forma de espiral, otras dibujaban
esculturales siluetas de líneas redondeadas, cuerpos esbeltos, gruesos bloques
geométricos dispuestos en una envolvente armonía visual que parecía cobrar vida
y respirar a través de su resplandor. Cautivado por la absorbente música que
despedía aquella orquesta de formas y colores no presté atención a aquellos
ojos azules que se fundían con las aguas y me observaban con atención desde un
escalón coralino situado a apenas veinte pasos de mí. Ahora lo veía de otra
manera, no parecía la misma criatura que instantes antes me había hecho
estremecer y huir espantado. Allí sentado, en una actitud relajada y meramente
contemplativa, daba la impresión de formar parte de aquel paisaje, ya que éste
irradiaba aquella misma actitud. Decididamente el desconocido se levantó de un
brinco y se colocó frente a mí, ocultando a mi vista el maravilloso cuadro de
formas y colores, y ofreciéndome la visión de un ser de desproporcionados ojos
saltones, una chatuda nariz y unas enormes orejas alargadas.
-
¿De dónde has salido? Nunca antes había visto una criatura con orejas tan
diminutas como las tuyas, y menos aún con unas reacciones tan absurdamente
dantescas – el ser se acercó más a mí y me escudriñó con su olfato, como
queriendo sonsacarle al olor que mi cuerpo despedía mi identidad. Finalmente
dio un paso atrás y mirándome fijamente a los ojos preguntó: - ¿Quién eres tú?
Mi
cuerpo se encontraba como petrificado, aquella visión de un ser queriendo
encontrar algún significado en mí me produjo tal nerviosismo que, mientras que
en mi cabeza las palabras se peleaban unas con otras para salir al exterior sin
saber en qué orden ponerse, mi cuerpo yacía inmóvil frente a aquella criatura
que podía ser la que había estado intentando encontrar desde que inicié mi
sufrido viaje en busca de algunas respuestas.
-
¿No tienes nombre o es que no quieres decírmelo? De repente el ser se volvió
hacia mí irritado, en un estado entre la indignación y la rabia, haciendo
violentos aspavientos con las manos y como empujando desde el interior de su
cabeza a sus ojos para que se le salieran aún más de sus órbitas, en el
espeluznante caso de que esto pudiese llegar a ser posible.
-
¡Oh, no! ¡No puedo creer que haya ocurrido! Mira que se lo advertí a los otros:
No subáis a la superficie, es peligroso, ¿y si un día, os abrasara el sol? O lo
que es peor, ¿y si uno de ellos, de los que viven allá arriba tropezase a raíz
de vuestras apariciones y llegase a parar aquí abajo, ¡ciego, sordo, mudo! Así
se quedaría. En el supuesto caso de que no se rompiese la crisma al caer… y
entonces… - el ser se arrojó al suelo en un gesto de abatimiento, y exhausto
tras aquel excitado discurso. Parecía haberse desinflado, había expulsado todo
el aire que le quedaba de una sola y agitado bocanada, y ahora, consternado,
permanecía inmóvil, con todo su cuerpo pegado al suelo y la cara hundida en la
arena. - ¿Y entonces? – pregunté yo con el ánimo de hacerlo revivir.
Arrebatadamente
la criatura volvió a hincharse de un salto y me sonrió mirándome de soslayo, a
lo que le siguió una violenta carcajada esperpéntica. Su cuerpo comenzó a
moverse compulsivamente y empezó a dar grandes saltos, bailando de un lado para
otro completamente descontrolado como un poseso. Luego se arrodilló frente a mí
y en una deplorable actitud de súplica me habló emocionado: - ¡Gracias a
Poseidón! Yo no podía creerlo, no, no podía ser cierto… ¡Gracias, gracias,
cualesquiera que sean tus nombres! ¡Gracias al todopoderoso Tritón! – Yo estaba
perplejo, sobrecogido ante aquella conmocionante escena. La criatura todavía se
encontraba postrada frente a mí, con la cabeza gacha y sosteniendo sus huesudas
manos en un acto de desmesurado fervor. Entonces unos desconocidos sonidos
cobraron intensidad en mi memoria, y en un intento por hacer vibrar mi garganta
repetí: - ¿Y entonces? – Nunca antes había escuchado aquel aire vibrante salir
de mis labios, yo los movía y aquel sonido provenía de algún recóndito lugar de
mi garganta, ¡era fantástico!, repetí las mismas palabras, una, dos, tres
veces, cada vez iban adquiriendo más fuerza, sonaban con más rotundidad. Y en
el momento en el que mi ego había alcanzado su máximo apogeo noté la
estupefacta mirada de aquel ser que me observaba con sus pasmados ojos saltones
incrustados en mi exclamativo rostro exaltado, desde medio metro más abajo de
éste. Yo, volviendo de repente de mi sorprendente descubrimiento di un paso
hacia atrás extrañado por la expresión de la anonadada criatura. Sus ojos
boquiabiertos encerraban a los míos un desconocido conocimiento y un absoluto
desconcierto sobre todo lo que se refería a mi actuación dialéctica de hacía
tan sólo unos segundos.
El
ser se incorporó, irguiéndose y adoptando la posición de un ánfora, haciendo
crecer su cuello unos escasos centímetros y apoyando sus manos en los huesos sobresalientes
de sus caderas.
-
No pareces uno de nosotros, tu cuerpo parece mucho más mullido que el nuestro y
tus ojos más claros y escondidos que los de la mayoría de por aquí. ¿A qué has
venido? ¿Qué andas buscando? ¡Gracias a Poseidón! Por un momento había pensado
que eras… En fin, ya me he dado cuenta de que no eres uno de los oxigenados,
entonces ¿qué eres? Y esta vez te agradecería que no repitieses las mismas
palabras de tu contestación una y otra vez. Los desoxigenados como yo tenemos
una gran percepción auditiva, como puedes apreciar por mis orejas, aunque me
temo que las tuyas dejan mucho que desear…
-
Yo soy…- Mi respuesta se detuvo. Yo era un… ¿qué era yo? De pronto comencé a
exasperarme en un sentimiento frustrado por encontrar el nombre apropiado que
diese significado a mi entidad. No daba crédito a mi confusión. Empecé a
titubear nerviosamente, intentando hallar una sílaba que me diese pie para
pronunciar el término al que yo, supuestamente pertenecía: - So…soy…un…ti,
ti…un…pe, pe - ¿Qué estaba ocurriendo en mi garganta? Yo era algo, pero ¿qué?;
¿Por qué no surgía aquella palabra como lo habían hecho todas las demás?
Absorto en mi angustiosa cavilación las palabras del ser que permanecía atento
y vigilante a mi expresión de confusión penetraron en mí apaciguando mis dudas,
aún indeterminadas.